Sinfonía de la existencia
Salvador Candel Barraquet, famoso compositor y músico valenciano, lleva vendidas más de 200 mil copias de su obra música. Este pionero de la música New Age en España cuenta en el siguiente diálogo sus principios y comparte una experiencia que lo llevó a una creación artística más espiritual.
-¿Cómo llegaste a la
música, Salva?
-Empecé tarde, a los 26, una edad en que uno normalmente ya
es músico. Comencé a estudiar desde el principio. Primero guitarra clásica,
después piano, armonía, composición. En los años 70 formé un grupo de pop,
Capicúa, con el que estuve mucho tiempo, todos éramos valencianos.
-Pero luego cambiaste
de rumbo.
-Conecté con la práctica de rebirthing, renacimiento, a
través de Mavi, mi mujer, que me abrió las puertas al sentir de otro tipo de
música. Tuve unas sesiones de respiración muy fuertes, la primera
especialmente. Me di cuenta de que la música que estaba haciendo, bailable,
para discoteca, era más para el mundo físico, y entonces vino el cambio con mi
entrada al mundo espiritual, produciendo una transformación muy grande. De
hecho, ya no he vuelto a hacer otra música. Conocí el trabajo de Kítaro y otros
compositores extranjeros, a través de gente que venía del exterior, porque en
España no había nada similar.
-Y creaste un nuevo
tipo de temas.
-Comencé en esa línea con dos discos: “Indio” y “Luz”. Me
puse en contacto con la revista Integral, que en ese tiempo editaba música
alternativa, de la Nueva Era,
y comercializó aquellos discos compactos. Pasado el tiempo, las ventas eran
desastrosas, con 500 copias de cada uno vendidas. Pensé entonces que debía
hacer mi propia compañía discográfica, que llamé Águila Records. Como tenía dos
cintas más, saqué un álbum con cuatro discos en total. Además de los ya
citados, salieron Zeta Music, con ondas alfa, era la época del Método Silva, y
otro también para relajar la mente y el cuerpo.
¿Cómo te fue con tu
compañía?
-Relativamente bien, vendí dos mil copias de cada disco.
Pero había una serie de problemas: buscar los puntos de venta, hacer los
paquetes, preparar todos los pedidos, etcétera. En ese tiempo también trabajaba
como profesor de música, y en los ratos libres debía componer, grabar, editar,
vender el material, embalarlo, enviarlo... Una locura. Después de un año, llegué
a un punto en que me cansé del tema.
-Nombraste a Kitaro.
¿Quién más fue una inspiración para tu música?
-Me gustaba mucho Andreas Vollenweider, músico suizo que
toca el arpa, quizá el que más me motivó para trabajar. También Terry Oldfield,
hermano de Mike, que hizo cosas buenas. Ellos me inspiraron para saber que este
tipo de música le gusta a la gente y había que tirar para adelante. A partir de
ahí hice mi propio camino. Me vine a vivir a Lliria, con Mavi, y entre los dos
volvimos a tomar la idea de crear, otra vez, una compañía. En ese momento
apareció, como por arte de encanto, la compañía Biosound Records. Vinieron a
casa a buscarme. Habían estado en Cartagena participando de una feria
alternativa, vendiendo música, y los encontró un primo lejanísimo mío, nacido
en Santo Domingo, República Dominicana, dentista, quien les dijo que tenía un
pariente, yo, que hacía música, y les dio mi teléfono. A partir de ahí, conecté
con ellos y editaron todo lo que he producido.
-¿Cómo es tu proceso
creativo?
-Parto de muchas ramas. Igual puedo empezar a componer a
través de una base rítmica que a partir de una melodía, una armonía, por donde
surge la idea. Muchas veces, yendo con el coche, comienzo a escuchar cosas en
mi cabeza. Incluso oigo un mogollón de instrumentos, como si fuera un
macroconcierto, después la idea se queda, pero no voy en seguida y escribo. No.
Escucho, disfruto el momento... me pasa muchas veces. Recuerdo que tuve en
sueños una experiencia con la música que me gusta hacer, en esa línea
espiritual, tranquila, de meterme dentro de mí.
-¿Te crees como un
decodificador de música que ya existe?
-Siento que posiblemente yo sea un canal. Y no lo vivo como
una cosa especial, sino simplemente algo que me ha tocado y lo hago. Para mí resulta
algo muy sencillo, componer es una cosa muy fluida en mí.
-Cuando observas que
alguien disfruta con tu música, ¿qué sensación te causa?
-Satisfacción. De todas formas, aunque a la gente no le
gustara, yo la seguiría haciendo porque la llevo adentro, disfruto mucho, me
gusta.
-En otro tipo de
música, como la clásica, ¿descubres patrones similares a los de la New Age?, ¿hay
una misma vibración o tienen cualidades diferentes?
-En algunas composiciones clásicas que son New Age total,
como el Adagio de Albinoni, o el Área de la Suite en Re, de Bach, sientes que está el
espíritu. Escuchas y descubres que no hay sólo música intelectual, sino del
alma. Lo percibo e imagino que mucha gente también. De hecho, en recopilaciones
de música para relajación y meditación se encuentran estas piezas clásicas.
-¿Y con los temas
populares?
-También los hay, pero menos. Por ejemplo, la música de
Vangelis, que ha hecho cosas muy buenas. Pero en el rock o el pop, no.
-¿Necesitas hacer un
trabajo preparatorio espiritual para componer?
-A veces sí, antes de empezar me relajo, hago una pequeña
sesión de respiración para entrar en tema y después trabajo. En otras ocasiones
no, como ya tengo algo iniciado, oigo, me sitúo y continúo. Y otras veces me he
sentido un canal. Concretamente, con una composición que se llama “Dios es
amor”. Encendí el teclado, puse en marcha el ordenador para grabar y únicamente
fui testigo de cómo mis dedos se movían. Me quedaba mirándolos como observador.
Fue una sensación muy fuerte, notaba que estaba con la mente en blanco. Mi
cabeza no pensaba en un Re menor o en un Si... Simplemente tocaba y disfrutaba.
Una grabación que hice de un tirón y no le hice un solo arreglo.
-¿Eres perfeccionista
en tu trabajo?
-Sí. Todo debe estar en su sitio para expresar lo que hay
que expresar, hay que buscar los instrumentos adecuados, las ecualizaciones correctas
para resaltar a cada instrumento. Me siento muy perfeccionista dentro de mis
posibilidades. A mi nivel, entrego un trabajo como tiene que ser. Mi estilo es
directo, simple.
-Comentaste tu cambio
musical, pero, ¿cómo fue el personal?
-Fue una experiencia de muerte, en que, después de dos horas
de haber sentido que moría y estaba fuera del cuerpo, volví a la vida. No
recuerdo nada de ese tiempo, cuando me lo dijeron, fui el primer sorprendido
porque había parecido un lapso de cinco minutos. Yo estaba en un cuarto de baño
cuando pasó todo esto, de improviso. Justamente, el día anterior estábamos
cenando con unos amigos en casa y de repente me quedé como observando al grupo
desde fuera, entrando en una sensación de plenitud. Pensé: “¡Qué guay! En esta
vida ya poseo todo, puedo morir ahora mismo y está todo bien: tengo una
familia, un trabajo que me mola, amigos... Estoy en la plenitud de mi vida, ¿qué
más puedo necesitar?”, y al día siguiente me demostrarían que había más cosas.
-¿Qué ocurrió?
-Estábamos también con unos amigos y comencé a sentirme tan
mal que me refugié en el cuarto de baño. Tenía palpitaciones fortísimas, me
tomé el pulso y eran 160 por minuto, y el sentimiento de que me iba a morir. Vacío,
pérdida de energía total, el corazón que parecía que iba a salir por la boca.
No busqué ayuda, porque si tengo que morir, que sea solito, sin que nadie me
vea. Me senté encima de la tapa del váter, y lo primero que experimenté, que me
surgió, fue una rebeldía tremenda contra Dios, lo maldecía con una rabia muy
grande por hacerme eso. Después pasé a una fase de negociación y le dije que
sería un buen hijo suyo, que me iba a portar perfecto y que por favor me dejara
vivir. Luego vino la fase de la aceptación: “Vale, ya lo sé, Tú eres el que
mandas, acepto morir y me voy contigo”. Finalmente tuve la fase más importante,
la de la entrega. Me entregué de verdad, con todo el amor del mundo a Él,
porque ya no lo percibía distinto de mi, éramos Uno, en total acuerdo. Y en ese
momento perdí el conocimiento. Noté como si me sacaran la energía del cuerpo,
de abajo arriba, y ahí me fui, no sé adónde.
-¿Nadie había
percibido lo que te pasaba en ese momento?
-Pasaron dos horas, y cuando volví en mí noté que estaban
forzando la puerta del baño. En ese instante me vi desde arriba y entré en mi
cuerpo. Mi primer pensamiento fue: “¡Qué mierda, ya estoy aquí otra vez, en el
mundo!”. No quería regresar. Quedé como una estatua de mármol, no podía moverme.
Y me costó bastante recuperar el movimiento, no podía hablar. Tampoco me
importaba. Veía al mundo como de cartón piedra. Y sin abrir la boca, hice un
gesto para que se largaran todos. Y salieron. Quería estar tranquilo. Esta fue
la experiencia que cambió mi vida.
-Y tomaste una
decisión.
-Ahí me di cuenta de que el mundo es espíritu, que Dios
existe. Para mí literalmente morí y volví a descender, a nacer, a entrar en el
cuerpo de nuevo. Ahora comprendía qué había pasado, lo tenía clarísimo: había
llegado a un punto en mi vida que veía que todo estaba en su sitio y de repente
me dijeron: “Es la hora de que despiertes a otra realidad, te la vamos a
enseñar”. Una parte de mi ser estaba preparada y llegó el momento de recordar. Y
eso fue lo que ocurrió. De entrada me surgió el sentimiento de irme, de
abandonar todo, como un ermitaño, no quería saber nada del mundo. Pero un tío, una
persona bastante espiritual, me dijo que si tenía familia, trabajo y demás, no
podía dejar la sociedad, sino que debía continuar. Me convencí. Estuve dos
meses que me los pasé muy mal. Daba clases a niños y de vez en cuando, mirando
a alguno de ellos, me daban ganas de llorar; tanta inocencia, tanta pureza, me
emocionaban. En la película “All that jazz” aparece un cómico que retrata
perfectamente los pasos que yo había dado: la rebeldía, la negociación, la
aceptación, la entrega. Quien haya escrito esa historia ha pasado por lo mismo,
porque si no, no lo sabe. Hasta esa experiencia, yo hablaba con Dios, pero no
tenía conciencia de qué era. Dios es todo, todos, y es amor y es energía y es
eternidad.
¿Qué balance haces después
de una experiencia tan especial?
-Mi forma de vivir ha evolucionado mucho después de aquel
hecho que ocurrió cuando tenía 28 años. Valoro mucho la naturaleza, el corazón del
hombre y seguir creciendo en conocimiento y en realización personal. Somos muy
ignorantes, aún nos estamos mirando el ombligo y nos queda todo un universo por
descubrir. Ir desvelando nuestro potencial como seres humanos es ir
descubriendo ese universo del que, nos demos cuenta o no, formamos parte. Somos
componentes de toda esa magia, a la que estamos ciegos, muy ciegos. Todo va muy
rápido, estamos progresando hacia esa
transformación global, manifestación de esa nueva era anunciada y
presentida. La sociedad irá madurando, estará más preparada. En los próximos
años se notará cada vez más. Ojalá no hagan falta cambios drásticos para que
nos demos cuenta de que todos somos lo mismo y que nuestra vida es realizar la
armonía con nosotros mismos, con los
demás, con el planeta. Tenemos un ego que nos individualiza del resto y permite
experimentar la singularidad de la vida, pero despertamos del sueño cuando advertimos
que también somos los demás o que los demás son parte nuestra. Entonces se hace
verdad aquello de tratar a todo el mundo como a ti mismo y no querer para nadie
lo que no deseas para ti. El cambio se da individualmente. Cada uno es un
acorde determinado que, al reunirse con el resto, integra una gran partitura
musical, creando armonía o desarmonía. Primero uno tiene que ser capaz de oírse
a sí mismo y luego armonizarse con los demás, con el todo. Cada ser es
necesario, único e irrepetible y todos juntos hacemos la sinfonía de la
existencia.