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lunes, 20 de enero de 2014

Felicidad flexible

Felicidad flexible

"Tienes que tener la mente más abierta y podrás ser más feliz", sostiene Jenny Moix,psicóloga, profesora universitaria y autora del libro del que tomamos su título para hacerlo nuestro, que se aleja de las ideas estereotipadas

 

    

Con la que está cayendo, ¿podemos hablar de felicidad, Jenny?

-El otro día estaba leyendo y vi por primera vez la palabra adanismo, que expresa la idea de que nos creemos un poco adanes, los primeros hombres en esta tierra, como si no hubiera habido nunca en la historia de la humanidad guerras, epidemias, mirándonos mucho el ombligo. De todos modos, en mi libro hablo más de flexibilidad que de felicidad, palabra ésta que me da cierto temor porque creo que a veces provoca más efectos negativos que positivos, en el sentido de que vamos buscando aquella felicidad que nos muestran los anuncios y algunos libros de autoayuda, una felicidad vacía, hueca, fácil de conseguir, y que finalmente nos causa frustración.

-¿Cómo concebiste la idea de una felicidad flexible?


-Los psicólogos observamos que hay pacientes que con la terapia evolucionan muy bien, mientras que otros siguen encallados, bloqueados y no avanzan. Y la terapia es la misma, tanto en unos como en otros casos. Pensando en esto, llegué a la conclusión de que la clave es tener flexibilidad. Algunos pacientes llegan a la primera consulta, hablan de sus problemas y su malestar. Tú escuchas, los entiendes, y el paso siguiente es mirar esos temas desde otros ángulos para evolucionar, abrir la mente. Es cuando aquéllos se sienten, exagerando un poco, como si les dijeras “eres tonto, porque podrías haber visto de otra forma esta cuestión y en cambio lo haces desde aquí…”. Y no lo aceptan, prefieren que les des la razón y digas “sí, estás muy mal y tienes razón, no hay otra manera de afrontar tu vida”.

-Ese mirar desde otro ángulo también invita a re-significar lo que estamos viviendo hoy como crisis, y no resignarse, que sería bajar la guardia.

-Recientemente una señora me comentaba que acababa de fallecer una hija y no se sentía mal por ello. Le respondí que, si estaba así, era señal de que se había colocado en otro nivel de percepción, dándole otro significado a lo acontecido. Cuando hablo de flexibilidad y de aceptar las cosas tal como vienen, muchas personas creen que me refiero a resignarse, y es todo lo contrario: aceptar una situación quiere decir que no la estás evitando, que la miras cara a cara, y es el primer paso hacia un cambio. Esta crisis, como otras, nos lleva a reubicar todo.

-Deberíamos lograr una buena química entre pensamientos y emociones para adecuarnos a este contexto de crisis.

-Ocurre que a veces, frente a estas situaciones difíciles, de crisis, el problema es tomar una decisión: las emociones dicen que tienes que ir por aquí y los pensamientos, por allá. Entonces la pregunta es “qué hago”. De hecho, en técnicas cognitivo-conductuales se afirma que cuando debes tomar una decisión tienes que puntuar los aspectos positivos y los negativos, sumarlos en dos columnas y contrastar sus resultados, para luego elegir el camino que haga la diferencia. Es ridículo. A nivel personal, me imagino a mí misma con 80 años, con más sabiduría y conocimientos, y ante la pregunta “qué hago”, la Jenny con esa edad me aconseja. Normalmente dice: “¡Déjate de tonterías y haz lo que te apetezca!” (risas).

-Hacer el camino con corazón, diría Castaneda.

-Se sabe a través de experimentos científicos que aquellas personas que tienen afectado el campo emocional, y aun conservando su inteligencia racional intacta, toman malas decisiones. La cuestión es aprender a reconocer qué es lo que queremos. Por otra parte, existen muchas mujeres que se han entregado totalmente a otras personas, y frente a la pregunta “qué te gustaría hacer, con qué disfrutas, qué te pide el corazón”, responden que no lo saben. Es decir, es gente que ha anulado aquello que quiere y siente.

-En todo proceso de cambio hay un coste, no es gratuito, se producen “dolores de parto”. Como cuando crecemos, nos duelen los huesos. Pero el dolor es inevitable y el sufrimiento es optativo, según Buda. ¿Convendría reconocer esta diferencia a nivel social?

-Sí, y he aquí un problema: no diferenciamos dolor y sufrimiento. La clave de la psicología es que lo que nos pasa no afecta nuestras emociones, sino aquello que pensamos acerca de lo que nos pasa, es decir, cómo interpretamos lo que nos sucede. Al conseguir establecer esa diferencia damos un salto increíble. Mi especialidad es tratar con pacientes con dolor crónico, y me he dado cuenta de que cuando ellos piensan “este dolor no se acabará nunca, ya no puedo más con este dolor”, sufren más.

-En estos casos de pacientes con dolor crónico, ¿hay una oportunidad para el humor, para reírse?

-Sí, y tanto… Por supuesto que en estos casos se produce mayor índice de depresión con respecto a quienes no sufren dolor crónico, pero también es cierto que algunas de estas personas son más felices que muchos que tienen salud, dinero y todo lo demás.

-Frente a la adversidad, como puede ser la enfermedad, un accidente o un vuelco imprevisto en la vida, se plantea lo que es justo o no, porque nos ha tocado…

-El error es que por nuestra cuadriculación mental hemos creado una idea de justicia de que “esto es justo y esto es injusto”, basándonos en que los humanos nos pensamos muy poderosos, que lo tenemos todo muy controlado y las cosas tienen que ser así y así. En realidad, somos hormiguitas en un planeta en el cual ahora puede venir un vendaval y llevarse nuestra casa… y decimos “esto es injusto”. Hay una complejidad de factores que afectan la realidad y la hacen incontrolable. Esas situaciones difíciles nos conducen a otra pregunta: “por qué a mí y no al otro”. Y esa pregunta tiene un origen religioso, subyaciendo la idea de que Dios me ha castigado, como si hubiera alguien repartiendo cosas, justas o no. Creo que no hay nadie y si lo hubiera, no creo que fuera repartiendo castigos, este es un mundo caótico, y si nos diéramos cuenta de nuestra pequeñez no sufriríamos tanto. Deberíamos ser más humildes.

-Éste es un momento histórico interesante, de una gran incertidumbre general, donde nos vemos situados en un nuevo punto de largada. ¿Qué ideas y recursos ponemos en nuestra mochila para andar el camino que nos espera?

-A veces se define a la inteligencia como la capacidad de almacenar dudas. Cuando vemos cosas que no nos encajan en nuestras cuadrículas mentales las desechamos, como si no existieran. La cuestión es tener un cajón para poner ahí las dudas que vamos teniendo, y quizás con el tiempo, cuando nuestro cerebro tenga recopiladas más experiencias, más datos, se entienda su significado. Por ejemplo, alguien con mentalidad científica va a que le tiren las cartas y le aciertan muchas cosas; es probable que pensara “¡oh!, ¿y ahora qué hago yo con esto?”. Podría creer que es una tontería y descartarlo, o bien ponerlo en ese cajón de dudas, y quizás el tiempo le diera una explicación o quizás no. Tener un cajón de dudas en el cerebro sin desecharlas es una gran capacidad que deberíamos desarrollar.

En la universidad doy clases de atención y percepción, de las cuales la parte práctica es mindfulness (atención plena). La atención es como una linterna, según la dirijas en una u otra dirección, presto atención a esto o aquello; pero hay personas que van con su linterna para arriba, abajo, a un lado y al otro también… y los pensamientos van y vienen sin control. Un recurso increíble es saber manejar la atención en cada momento.

También debo decir que personalmente tengo cada vez menos certezas. Por ejemplo, la epigenética es una revolución: ahora esta nueva rama de la ciencia está demostrando que vivencias pueden afectar a que nuestros genes se expresen o no y que incluso este “interruptor” que hace expresarse a los genes lo pueden heredar los hijos. Esto es, que algunas cosas que vivimos podrían afectar por herencia a los hijos. Esto es una auténtica revolución. Así que lo que aprendimos en el colegio, que sólo las mutaciones hacen variar los genes o que sólo se hereda lo que está en los genes, parece que no es cierto. Una certeza dinamitada. O la física cuántica, que asevera que una partícula puede estar aquí y en otro lado al mismo tiempo, o que existen otras dimensiones… ¿Qué certeza nos queda? A mis alumnos les digo cuando les explico algún tema que “esto de momento es así y dentro de unos años tal vez no lo sea”…

-En la escuela nos han enseñado muchas certezas, pero no a descubrir quiénes somos verdaderamente y a utilizar el “GPS interior”, uniformando el conocimiento y entrenándonos para este sistema que va terminando su ciclo.

-Sí, para ser muy iguales entre nosotros… Hace poco leí que a los niños los preparan para su futuro, pero la cuestión es que los tienen que preparar para el presente. ¡Ya nos inculcan lo de vivir el futuro cuando somos niños! Todo es futuro.

-Y se da la paradoja que también existen “adolescentes” de 30 años.

-Tiene mucho que ver con la aceptación, o no, de que nos hacemos mayores. Ahora todo es modificable, como el aspecto físico, que te puedes ir estirando la cara para parecer un chaval, o la forma de vestir… Cuando salen arrugas es más traumático que en otras épocas. Nos aceptamos menos, somos más artificiales. Antes éramos más naturales, aceptábamos la vida tal cual era.

-Al producirse una resistencia al cambio natural esto provoca sufrimiento. Y volvemos al tema de la flexibilidad: cuanto menos flexible eres, más sufres.

-Sufrimos cuando la realidad choca con nuestras expectativas. Si plantas una semilla normalmente imaginas la planta ya desarrollada, pero luego nunca resulta igual a como la has imaginado: las hojas son más grandes, el color de las flores es más intenso,.. entonces algunos disfrutan lo mismo, mientras otros se desesperan. Esto también ocurre en la vida: las cosas no resultan ser como las habíamos planificado.

-En tu libro reproduces una frase de Antonio Gala que dice “la felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante”. Pregunto: ¿nada?

-En una conferencia, que se puede ver en un video colgado en Youtube titulado “Redescubrir la vida”, Anthony de Mello durante los diez primeros minutos iniciales prepara al auditorio (jóvenes, principalmente) para lo que iba a oír. Dice, entre otras cosas, que “ahora les voy a dar la clave de la felicidad en una frase, pero primero os tengo que avisar que no os va a gustar nada”, y les pide que no emitieran juicios o lo desecharan. Finalmente termina expresando que la clave de la felicidad es el desapego, poniendo como caso paradigmático un indio (de India) que tira un carro donde van personas como pasajeros. De Mello afirma que para ser feliz hay que desapegarse de todo, incluso de la propia vida. Creo que debemos practicar el desapego, restarle importancia a las cosas, aunque no es nada fácil. ¿Cómo te desapegas por ejemplo de tus hijos?

-¿Qué le dirías a quien se acerca y te pide que le resumas lo que has querido transmitir con tu libro?

-Tienes que tener la mente más abierta y podrás ser más feliz.   



Entrevista de Aurelio Álvarez

jueves, 16 de enero de 2014

Reír es cosa de sabios


Reír es cosa de sabios

Mario Satz, poeta, novelista y ensayista argentino, además de conferenciante y director de seminarios, estudioso de la Kábala, enseña los beneficios trascendentes de la risoterapia, una técnica que le quita el almidón a los temas más serios



-¿Cómo llegas a la Kábala, Mario?

-Viví en 1967 en Nueva York, donde conocí a una especie de “rabino loco”, en cuya casa se reunía gente para estudiar con él. A pesar de que para entenderlo mi inglés era muy deficiente, lo que alcancé a entender de su enseñanza me interesó muchísimo. Por entonces yo tenía 26 años, desconocía bastante del tema y tampoco sabía hebreo. A partir de ese encuentro con este personaje importante, que luego en uno de mis libros recibiría el nombre de Lionel Safrán, en uno de mis viajes de regreso a la Argentina decidí estudiar hebreo, sobre todo porque resultaba imprescindible para leer los originales de la Biblia, que es donde surge todo. A los 28 años fui a Israel y estudié de una manera más sistemática. Mucho después me di cuenta de que también debía aprender griego porque el pilar de la civilización occidental es la Biblia, sin la cual no se entienden las catedrales, San Juan de la Cruz, Bach o ninguno de los grandes maestros que están forjados en ese documento extraordinario, que, además, no se puede leer como un periódico. Es un escrito codificado.

-¿Te estás refiriendo a un tema tan de moda, como son las historias de códigos secretos?

-Digo codificado como polisémico, polivalente. Entre los documentos encontrados en el Mar Muerto, en 1948, está el famoso rollo de Isaías, que es un fragmento del Libro de Isaías, cuyos versículos corresponden perfectamente con el texto hallado. Si un documento del siglo II a.C. posee la misma numerología que tiene hoy, ya te puedes imaginar que es un caso único porque ni los Upanishad de la India, el Tao Te King u otro texto de la antigüedad tiene una codificación numérica. Además, puesto que las letras son números, se puede pasar el texto bíblico a un ordenador, que es lo que se hace ahora, y averiguar cuántas veces aparece el número 14, por dar otro ejemplo. Es muy curioso, como demuestra el libro “El código secreto de la Biblia”, de Michael Drosnin, que es bastante superficial, por cierto, pero que da cuenta de uno de los aspectos del código, no de todos.

-Y ya que estamos en el tema, ¿qué opinas de las creaciones de Dan Brown?

-“El código Da Vinci” es un divertimento pasatista, pictórico, pero me parece bien. Creo que a cualquier tradición hay que reverla, criticarla, no tenerle miedo. La parte débil de la tradición judeo-cristiana es justamente lo femenino. Por lo tanto, Brown hace bien en marcar en qué falla. Pero lo que menos me gusta es eso de los descendientes; me parece una tomadura de pelo. Sobre todo para alguien que, ante el anuncio de que venían su madre y sus hermanos, dijo: “Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad del Padre que está en el cielo”, desmintiendo todo lazo sanguíneo. Parece pretencioso crearle un linaje. Pero no está mal como divertimento.

-Mencionaste los libros sagrados universales y parece que te has decantado por el Buda de la risa…

-A mí siempre me interesó la risa, vengo de una familia de contadores de chistes y de historias, y luego, en la tradición jasídica de la que yo provengo, el humor forma parte, es un ingrediente de la transmisión tal y como existe en la tradición japonesa y el budismo zen. Pero yo llevo más de 20 años trabajando en el tema de la risoterapia y teniendo en mi mesa de trabajo este famoso buda, que es el gordito que se ve en los restaurantes chinos. Lo que ocurre es que nunca se me había ocurrido investigar; resultaba muy difícil realizarlo antes de Internet. Y cuando lo hice, me encontré que casi no hay más que media página de un diccionario budista en donde aparece un personaje que en chino se llama Pu Tai y en japonés, Hotel. Es un chino que vivió en el año mil de nuestra era y que estalló en carcajadas cuando se iluminó. A partir de ese momento transmitió el dharma, el conocimiento, con sonrisas. Le debía un libro a Pu Tai y escribí con mucha alegría “El buda de la risa”, al que por cierto le va muy bien. Al mismo tiempo me enriquecí porque sumé a esta tradición mi propia experiencia en el campo de la risoterapia. Es curioso que lo que se sabe de este personaje viene de lo que pintaron maestros chinos y japoneses a lo largo de los siglos. Por ejemplo, en un cuadro se ve a Pu Tai jugando con los niños en la nieve… Es una especie de San Francisco oriental. Si tú vas a Singapur o a la India, siempre te venden este personaje que es la quintaesencia de la bonhomía, palabra de poco uso actualmente, del budismo chino.

-¿Cuál es el eje central de tus talleres de risoterapia?

-Son unos ejercicios que proceden del yoga y de la tradición del teatro vietnamita, para relajar la lengua, el diafragma y la columna vertebral, que se hacen colectivamente. Tiene que haber un grupo de unas 15 ó 20 personas para que sea positivo. A partir de los movimientos y de la convivencia, la risa se suscita y normalmente “baja” al grupo. Y yo aprovecho esos intervalos cuando no hay risa para comentar su función, la historia, ver un poco de anatomía, de fisiología de la risa. Es una de las cosas más gratificantes que encuentro habida cuenta de que enseñar, transmitir Kábala resulta mucho más arduo, complejo.

-¿Qué beneficios te reporta esta actividad?

-Desde el punto de vista físico cansa, porque son muchas horas, es muy intenso; hay una sesión de ritmo también. Pero gratifica si  se considera el efecto en la gente, en pocas horas. Es maravilloso. Por otra parte, sigo teniendo mis grupos de estudio de Kábala y nunca he dejado de investigar o compartir con la gente interesada en ese tema, que tampoco son muchos, sino grupos selectos, buscadores.

-¿No ha llegado aún el momento en que la Kábala sea de conocimiento mayoritario?

-Nunca lo será, como el ajedrez. Es imposible, como tampoco el yoga lo es siquiera en la India, cuando se piensa que allí todo el mundo lo practica y no es así. Lo barato se ofrece y lo valioso se busca… Una de las cosas más bonitas de la Kábala es que de pronto empiezas a entender relaciones sutiles, graduales. Por eso es un lenguaje vivo, simbólico, con una potencia extraordinaria.

-¿Qué impresión te dio aquella película, “Patch Adams”, con Robin Williams?

-Extraordinaria. Me pareció maravillosa. En las comunidades indígenas americanas, los famosos chamanes casi todos son payasos de niños. Siempre que se aproximan a la enfermedad de un niño lo hacen a través de la relajación, el humor y la risa, y después, la receta. Muy frecuente es esta relación del empleo de la risa terapéutica, sobre todo con los pequeños.

-Sonreír en un mundo tan conflictivo, contradictorio y paradójico también es difícil para los adultos.

-Tanto que sorprende cuando pregunto cuál es el lugar del mundo donde la gente se ríe más y respondo: África. Sida, robo sistemático de la riqueza del petróleo y diamantes, un continente saqueado con guerras endémicas… ¿Y dónde ríen menos?, pues en Finlandia, Noruega, países nórdicos. Es cierto que algo tiene que ver el sol, pero también la relación que esas culturas tienen con el cuerpo: a los negros les gusta bailar, son muy físicos, y sobre todo ríen. En China y la India también, un poco menos, pero en Occidente los pueblos más risueños son los griegos, los italianos, los levantinos, el sur de España.

-Tu opinión sobre la recuperación de la memoria acerca de la presencia judía en España.

-Yo creo que es fundamental, una materia pendiente, considerando la importancia que ha tenido, no tanto numérica, sino en el campo cultural, y sobre todo lo que se llama dentro de la comunidad sefardita judía la querencia. Añoran, aman a España de una forma curiosa, pensando que su familia fue expulsada hace 500 años. Es algo que España tiene sobre sus hombros: es un país muy amado.

-¿Habrá alguna vez una síntesis entre Oriente y Occidente en la cuestión espiritual?

-En mi libro hay una constatación de que los grandes maestros tienen familia espiritual. Sí creo que la tecnología ha llegado a Oriente, lo que no sé si Oriente ha llegado bastante a Occidente en el sentido de la importancia de la meditación, la reflexión, la sensibilidad. Todavía no. Pero es evidente que hemos entrado a Oriente a saco y que habrá una síntesis, pero en el Medio Oriente, del sufismo, de la religión judeocristiana recuperada, por la sencilla razón de que el arco mediterráneo que va de Grecia a Israel, a Egipto, es la clave de nuestra espiritualidad. Habría que buscar primero ahí: Pitágoras, Moisés y los grandes iniciados de nuestra tradición. Pero sin soslayar al budismo, que ya está aquí, y en el futuro habrá que encontrar puntos en común, que es una de las cosas que a mí me interesa.

-En ello contribuye tu aporte con la risoterapia.
-El trabajo de la risa permite aproximarte a estos temas de manera relajada, sin almidón, de manera no jerárquica. Porque alguna gente que te ve vestido de Papa puede concederte a priori algo que quizá no tienes y, como dicen los sufíes, un maestro puede ser un mendigo. ¡Cuidado!


Entrevista de Aurelio Álvarez